Un pequeño sombrero
No soy filósofo y no sé nadar en aguas profundas; o, como
diría mi tía Eloísa, no quiero meterme en camisa de once varas. Pero el tema no
deja de ser interesante y, cada día más, angustiosamente necesario. Hablo de la
ética, esa elusiva materia en la que todos pontificamos sin ser conscientes de
ello. Cada vez que cuestionamos el actuar de un funcionario público, la
adjudicación de un contrato, el resultado de un partido de futbol o la viveza
de algún ciudadano, estamos emitiendo juicios éticos, muchas veces al buen tun-tun.
El referente político es el ejemplo más fácil, ya que todos
hemos sentado posiciones en torno a temas como el elefante de Samper, la
entrega de los casetes de Pastrana, la auto reelección de Uribe o la prometida
derogación de la reelección por parte de un Santos reelegido; aparte las
consideraciones de afinidad ideológica o partidista, lo que aflora es el
sentimiento de que la ética o la moral (parecidas, pero no iguales) han sido
transgredidas.
Y aquí es donde entra, a mi entender, la importancia del
sombrero; o, dicho sea más castizamente, del acento de una palabra griega: êthos para diferenciarla de ethos, a secas. La primera se refiere al
carácter, por lo tanto es más personal, más intima; la segunda se refiere a la
costumbre y va más en llave con la mores
latina, origen de la moral, de índole normativa y colectiva. Advierto que esta
distinción la hago por no ser conocedor del griego antiguo y porque las traducciones
encontradas juegan con toda la gama de acentos, diéresis, tildes y demás; la
etimología es la misma, las acepciones, no.
Si el ethos griego
es el mismo mos latino, la ética y la
moral no lo son. Dentro de mis limitadas luces, un hábito repetido se vuelve
costumbre y una costumbre generalmente aceptada se convierte en moral; de esta
forma, el colectivo es quien dicta si algo es moral o no lo es. Si asociamos ethos con moris, llegamos a aceptar la importancia del comportamiento
colectivo como juez del acto; algo muy vinculado a la práctica. Por ejemplo, la ablación sería una costumbre
moralmente aceptada dentro de ciertas culturas, luego no podría ser condenada
por nadie.
Por el contrario, si aceptamos el origen de la ética en el êthos, como la capacidad de reflexión
sobre la virtud, el carácter, la capacidad de distinguir entre el bien y el
mal, cualquier acto es, y debe ser, juzgado a través de la conciencia personal
y no colectiva. No obstante que los juicios de valor tiendan a generalizarse y
normalizarse. El individuo es
responsable de su conducta y no puede parapetarse tras la costumbre; la viveza,
tan típica en nuestro país, sería así totalmente reprobable, a pesar de que
culturalmente la hayamos aceptado.
¿Qué tiene que ver esta elucubración con la tecnología? Todo
y nada. Si bien, la ética no tiene por qué afectarse con la tecnología, si
podemos utilizar la tecnología para difundir los principios éticos. Y, lo que
es más importante, la ética tiene que moldear la tecnología, más allá de las creencias
políticas, étnicas o religiosas de los actores.
Por eso me llama poderosamente que un gremio eminentemente
tecnológico como lo es Aciem, Asociación Colombiana de Ingenieros, haya creado
un Comité de Ética para analizar y discutir los aspectos éticos de la actuación
en cuatro ámbitos: personal, profesional, empresarial y cívico. Es decir,
reconoce la importancia de un comportamiento ético en todas las esferas del
desarrollo humano. Desde hace más de un año, profesionales de reconocida
idoneidad y de diferentes disciplinas se reúnen todas las semanas para plantear
temas relacionados con la conducta humana y propender por su mejoramiento, no
solo a través de la Asociación, sino de otras entidades, especialmente de
índole académico.
Una de las primera iniciativas ha sido la de asignar cinco
minutos de cualquier reunión, no solo las del comité, para hablar de ética.
Pero de una manera meditada y consciente, más allá de la mescla tradicional
entre los juicios de valor y los chismes, que suele impregnar nuestras
conversaciones. Plantear asuntos, retos o preguntas y proponer respuestas puede
ser el mejor multiplicador o el más eficiente método para cuestionarnos a
nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestras posiciones frente a los
acontecimientos en cualquiera de los cuatro ámbitos señalados.
No importa la escuela filosófica que adoptemos. Yo, aquí, no
me meto; no estoy calificado para ello. Lo que sí puedo afirmar con total
seguridad es que la ética es uno de los parámetros más importantes a la hora de
moldear la conducta humana y que, bien sea que nos guiemos por las normas
morales comúnmente aceptadas o por criterios personales, los llamados “principios”
deben ser rescatados, respetados y trasmitidos, si queremos vivir en una
sociedad más justa, más honesta y más feliz. “Lo de menos es el sombrero, lo
importante es lo que hay por dentro”,
como diría mi tía Eloísa.
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