viernes, 3 de octubre de 2014

Octubre 3 de 2014

Un pequeño sombrero

No soy filósofo y no sé nadar en aguas profundas; o, como diría mi tía Eloísa, no quiero meterme en camisa de once varas. Pero el tema no deja de ser interesante y, cada día más, angustiosamente necesario. Hablo de la ética, esa elusiva materia en la que todos pontificamos sin ser conscientes de ello. Cada vez que cuestionamos el actuar de un funcionario público, la adjudicación de un contrato, el resultado de un partido de futbol o la viveza de algún ciudadano, estamos emitiendo juicios éticos, muchas veces al buen tun-tun.
El referente político es el ejemplo más fácil, ya que todos hemos sentado posiciones en torno a temas como el elefante de Samper, la entrega de los casetes de Pastrana, la auto reelección de Uribe o la prometida derogación de la reelección por parte de un Santos reelegido; aparte las consideraciones de afinidad ideológica o partidista, lo que aflora es el sentimiento de que la ética o la moral (parecidas, pero no iguales) han sido transgredidas.

Y aquí es donde entra, a mi entender, la importancia del sombrero; o, dicho sea más castizamente, del acento de una palabra griega: êthos para diferenciarla de ethos, a secas. La primera se refiere al carácter, por lo tanto es más personal, más intima; la segunda se refiere a la costumbre y va más en llave con la mores latina, origen de la moral, de índole normativa y colectiva. Advierto que esta distinción la hago por no ser conocedor del griego antiguo y porque las traducciones encontradas juegan con toda la gama de acentos, diéresis, tildes y demás; la etimología es la misma, las acepciones, no.

Si el ethos griego es el mismo mos latino, la ética y la moral no lo son. Dentro de mis limitadas luces, un hábito repetido se vuelve costumbre y una costumbre generalmente aceptada se convierte en moral; de esta forma, el colectivo es quien dicta si algo es moral o no lo es. Si asociamos ethos con moris, llegamos a aceptar la importancia del comportamiento colectivo como juez del acto; algo muy vinculado a la práctica. Por ejemplo, la ablación sería una costumbre moralmente aceptada dentro de ciertas culturas, luego no podría ser condenada por nadie.

Por el contrario, si aceptamos el origen de la ética en el êthos, como la capacidad de reflexión sobre la virtud, el carácter, la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, cualquier acto es, y debe ser, juzgado a través de la conciencia personal y no colectiva. No obstante que los juicios de valor tiendan a generalizarse y normalizarse.  El individuo es responsable de su conducta y no puede parapetarse tras la costumbre; la viveza, tan típica en nuestro país, sería así totalmente reprobable, a pesar de que culturalmente la hayamos aceptado.

¿Qué tiene que ver esta elucubración con la tecnología? Todo y nada. Si bien, la ética no tiene por qué afectarse con la tecnología, si podemos utilizar la tecnología para difundir los principios éticos. Y, lo que es más importante, la ética tiene que moldear la tecnología, más allá de las creencias políticas, étnicas o religiosas de los actores.

Por eso me llama poderosamente que un gremio eminentemente tecnológico como lo es Aciem, Asociación Colombiana de Ingenieros, haya creado un Comité de Ética para analizar y discutir los aspectos éticos de la actuación en cuatro ámbitos: personal, profesional, empresarial y cívico. Es decir, reconoce la importancia de un comportamiento ético en todas las esferas del desarrollo humano. Desde hace más de un año, profesionales de reconocida idoneidad y de diferentes disciplinas se reúnen todas las semanas para plantear temas relacionados con la conducta humana y propender por su mejoramiento, no solo a través de la Asociación, sino de otras entidades, especialmente de índole académico.

Una de las primera iniciativas ha sido la de asignar cinco minutos de cualquier reunión, no solo las del comité, para hablar de ética. Pero de una manera meditada y consciente, más allá de la mescla tradicional entre los juicios de valor y los chismes, que suele impregnar nuestras conversaciones. Plantear asuntos, retos o preguntas y proponer respuestas puede ser el mejor multiplicador o el más eficiente método para cuestionarnos a nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestras posiciones frente a los acontecimientos en cualquiera de los cuatro ámbitos señalados.

No importa la escuela filosófica que adoptemos. Yo, aquí, no me meto; no estoy calificado para ello. Lo que sí puedo afirmar con total seguridad es que la ética es uno de los parámetros más importantes a la hora de moldear la conducta humana y que, bien sea que nos guiemos por las normas morales comúnmente aceptadas o por criterios personales, los llamados “principios” deben ser rescatados, respetados y trasmitidos, si queremos vivir en una sociedad más justa, más honesta y más feliz. “Lo de menos es el sombrero, lo importante es lo que  hay por dentro”, como diría mi tía Eloísa.



lunes, 15 de septiembre de 2014

Bogotá, 8 de septiembre de 2014

Querido sobrino:

Debo confesar que me dejaste muy preocupada después de oírte hablar con tu amigo el de los computadores. Primero que todo, qué manía de hablar con siglas, como si las cosas no tuvieran nombre o diera vergüenza explicarlas: “guarde el pin en la RAM para acceder a la LAN y conectarse a la WAN para consultar el BPO …” griego avanzado o, mejor atrasado, porque ni Aristóteles podría descifrar este galimatías. Y lo del KPO, ni hablar…

Claro, cuando lo explicas, descubre una que es una manera elegante de presentar la pereza; contratar por fuera lo que no quieres hacer y, en este caso, los procedimientos que implican conocimiento, no sé si por ignorancia o por vagancia. Tú dices que esto del outsor… como se diga, de contratar por fuera, te permite centrarte en el objetivo del negocio; esto puede ser cierto: yo, para mi cumpleaños, contrato dos muchachas que limpian la casa, lavan la loza y sirven a la mesa, con lo que yo puedo concentrarme en la olla del ajiaco primero y, luego, en charlar con los invitados o, como dirías tú, en el core del negocio y en el análisis de la información; inclusive, algo de CRM, según tu silabario.

En mi época, (una de ellas, porque he tenido muchas), los hombres de negocios decían que “el ojo del amo engorda el marrano”. Por lo visto, ahora hay demasiados cerdos y no alcanzan los ojos para tantos, así que lo mejor, es contratar por fuera quien les eche una mirada. La complejidad de los negocios, el tamaño de las organizaciones, la competencia global y la velocidad del cambio, son variantes muy difíciles de manejar exitosamente, por lo que entiendo la importancia de apoyarse en terceros, supuestamente especializados, para resolver los problemas menores.

Sin embargo, mijo, ándese con cuidado; y si no quiere que el ajiaco le sepa a cuchuco, hágalo usted mismo. La imagen de su negocio es su mayor activo; cuando lo deja en manos de terceros puede llevarse sorpresa desagradables, si no ejerce un permanente control o no ha dado unas especificaciones muy precisas del alcance del outs… de la tercerización o, peor aún, si da con un DI que le JeN y le RLP. (Desgraciado Incompetente que le Daña el Negocio y le Roba La Plata).

Con mis mejores deseos,


Tu tía Eloísa.